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XXVI DOMINGO (B) |
XXVI DOMINGO Ordinario
09.29.2024
Números 11:25-29; Santiago 5: 1-6; Marcus 9:38-43, 45, 47-48
XXVI Domingo Ordinario (B)
9/29/2024
Números
11:25-29;
Santiago 5: 1-6;
Marcus 9:38-43, 45, 47-48
Los pasajes de las lecturas que leemos hoy nos hablan de la diferencia que existe entre la mentalidad de Dios y las ideas que tenemos nosotros de como debe andar las cosas. En el libro de Números, los israelitas estaban quejándose fuerte contra Moisés por la falta de carne y verduras en el desierto. Por fin, Moisés no pudo aguantar más y pidió a Dios la muerte, porque no podía soportar los gritos de la gente. En respuesta, Dios le avisa que busque a 70 hombres para compartir la responsabilidad de gobierno. Había une ceremonia para elevarlos a su puesto nuevo.
Parece que toda anda bien hasta que Josué, el joven ayudante de Moisés, nota que dos de los elegidos habían faltado a la ceremonia, pero estaban hablando en nombre de Dios. Josué querría que Moisés les prohíba. Pero Moisés responde: “¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojala que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu de Señor.”
El asunto es que Dios toma la iniciativa de llevar adelante la obra de Salvación, y los hombres lo oponen cuando el plan no anda según su visión. La misma cosa pasa en el Evangelio. Los discípulos se quejan a Jesús cuando ellos ven que otras personas estaban expulsando demonios en su nombre. Jesús contesta que no. Dice simplemente, “Todo aquel que no está contra nosotros, es a nuestro favor.” Para Jesús, es la obra de salvación que cuenta. Los celos de estar encargado o de tener privilegios no le importa. Él va aún más adelante, diciendo, “Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, los aseguro que no se quedará sin recompensa.”
Parece que la Iglesia está todavía en la misma discusión. ¿Quiénes son elegibles para el ministerio? Hay tantas y tantas voces que discutan sobre el papel de los laicos, de la mujer en la predicación de la Palabra, de los homosexuales para el sacerdocio, de quien puede purificar los cálices en la misa, y un sin número de asuntos más. No vamos a solucionar estas preguntas, pero podemos enfocarnos en el sentido del ministerio.
Las dos lecturas indican que Dios no pone toda la responsabilidad en las manos de una sola persona. El Espíritu está repartido entre muchos para la obra de la salvación. Por medio de nuestro Bautismo, hemos recibido el Espíritu de Dios- dándonos el papel de sacerdote, profeta y rey. Según nuestra vocación, todos somos llamados a proclamar la salvación, el perdón y el misterio del amor libertador de Dios. Lo importante no es ser carismático ni cursillista, ni Caballero ni miembro de la Sociedad de San Vicente. La verdadera medida de nuestra entrega es la obra que producimos. Como dice Jesús, “Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, los aseguro que no se quedara sin recompensa.”
Según el
ejemplo del Evangelio, podemos decir que todos estamos llamados a expulsar
demonios. Sabemos que los demonios de miedo, de venganza, de egoísmo, de la
falta de autoestima, de celos, y de desespera siguen activos en nuestra
comunidad, tal vez mismo en nuestro corazón o el corazón de algún familiar. Es
nuestro papel, llenos con el Espíritu de Dios, de expulsar estos demonios y
hacer entrar el poder sanador de Jesús. Jesús ya conoce el peor del corazón
humano, y por su muerte y Resurrección, lo ha curado. Nos toca hoy renovar
nuestra fe en la presencia siempre activa de nuestro Dios y extender el Reino de
Amor por nuestra acción como mensajeros de la paz.
Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
(Las últimas siempre aparecen primero).
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