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XXIV DOMINGO

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XXIV

DOMINGO

(B)

XXIV DOMINGO Ordinario

 

 

09.15.2024

Isaías 50: 5-9; Santiago 2: 14-18; Marcos 8: 27-35


XXIV Domingo Ordinario (B)

9/15/2024

Isaías 50: 5-9

Santiago 2: 14-18

Marcos 8: 27-35


 

Si algún amigo me dice “Dime lo que piensas”, siempre me quedo con un poco de inseguridad.  Es especialmente el caso cuando yo se que lo que yo pienso no es lo que el otro quiere escuchar.  Si yo digo la verdad, puedo ofender a mi amigo.  Si digo lo que él quiere escuchar, quedo inquieto de no le haber dicho la verdad.    Es solamente con un amigo de mucha confianza que puedo quedarme completamente sincero.  

 

Se puede imaginar tal escena entre Jesús y Pedro.   Parece que Jesús estaba creciendo en su propio entendimiento de su papel como Mesías.  Después de varios milagros de curación, la gente le estaba buscando con afán.  Escuchamos la semana pasada que el les mandó que no dijeran nada a nadie.  Pero era imposible.  La gente tenia que compartir la buena nueva de este hombre que podía hacer todo.  Proclamaban, “¡Que bien lo hace todo!  Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.   

 

Ahora San Marcos nos dice que Jesús pone la pregunta a sus discípulos: ¡Quién dice la gente que soy yo?”  Y al escuchar su respuesta, pregunta de nuevo, “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”  Cuando Pedro contesta, “Tú eres el Mesías”, también les ordena que no se lo dijeran a nadie.  Y empezó a hablarles del verdadero sentido de su papel como Mesías, lo que incluyó la traición, la pasión y la muerte.  Podemos tener compasión de Pedro cuando trató de disuadirlo a Jesús de este camino.  Nadie quiere el rechazo, el sufrimiento y la muerte por un amigo. 

 

Creo que esta escena se repita en la vida de cada uno de nosotros.  Como niños, quedamos fascinados por los milagros que hace Jesús.  Le acercamos a El con cariño, confiados de que El nos guarde de todo mal y nos protege con su gran amor.  Pero en algún momento en la vida, Jesús nos revela que la vida nuestra incluye el rechazo, el sufrimiento y la muerte.   Y como Pedro, tratamos de convencerle que no es así.  Entramos en un dialogo donde tratamos de cambiar el rumbo de la vida y hacerle curar todas las enfermedades de la vida que tenemos.  Y en vez de la respuesta que queremos, recibimos una promesa de fidelidad, de acompañamiento, y de triunfo sobre el mal.  

 

Creo que uno de los mensajes que podemos aprender del Evangelio es que el Reino de Dios no llega según nuestras expectativas.  El Reino de Dios no cae del cielo, ni se establece por grandes prodigios.  Y más que todo, no viene con aplausos de la gente.  El cambio de la injusticia a la justicia, del odio al amor, de venganza a la misericordia no sucede por una manifestación de poder.  Las estructuras de opresión se cambian por las mil y une acciones de la gente que se oponen a la discriminación y a la opresión.    La apatía que permite la injusticia se cambia solamente por los pasos lentos y persistentes de los fieles.  El Reino de Dios llega acompañado de dolor y sufrimiento.  No es el mensaje que queremos escuchar.  Pero es el mensaje que Dios comparte con sus bien amados. 

 

Hoy tenemos la oportunidad de escuchar de nuevo la pregunta de Jesús, “¿Y tú, ¿quién dice que soy yo?” /  Por el hecho de nuestro Bautismo, podemos contestar, “Tú eres el Mesías.”   Y cuando después Jesús nos revela que el camino al Reino no es fácil, no es sin sufrimiento ni sin muerte, podemos confiarnos con la certeza de que nunca andamos solos, nunca andamos sin apoyo, nunca andamos sin cariño.    En todas las circunstancias de la vida, Jesús está con nosotros.

 


Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>


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