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XXIII

DOMINGO

(B)

XXIII DOMINGO Ordinario

 

 

09.08.2024

Isaías 35: 4-7; Santiago 2; 1-5; Marcos 7: 31-37


A veces los relatos de curación que hizo Jesús con la gente nos parecen como un cuento lindo.  Podemos perdernos en los detalles y perder el sentido más largo del mensaje.  Hoy el Evangelio es un ejemplo concreto de lo que leímos en el libro de Isaías.  La promesa del profeta es que cualquier persona que está negado la plenitud de la vida estará liberada de sus impedimentos.   “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán.”  Esta promesa queda válida hasta para nosotros hoy en día.

 

Jesús conoció bien los libros de los profetas y las palabras de Isaías.   Su ministerio consistía en anunciar el Reino de Dios, donde se podía ver el gran amor que Dios tiene para nosotros.  Este ministerio sigue y tenemos parte en anunciar este Reino.  Dios sigue manifestando su gran amor como en el primer siglo.  En nuestro tiempo, los ciegos empiezan a ver y los sordos escuchan cuando seguimos con la misión de Jesús.  Solo nos faltan los ojos de fe para entender los milagros y reconocer su presencia. 

 

Nos conviene entender que las enfermedades que Jesús curó en los milagros no eran solamente enfermedades físicas.  Pueden simbolizar condiciones interiores, por ejemplo la ceguera a las necesidades del vecino, o la incapacidad de oír la voz de Dios y cambiar nuestra opinión mal formada.   Muchas veces andamos ciegos a la bondad que existe en otros porque vemos solamente un aspecto de su comportamiento que nos molesta.  Otras veces quedamos sordos a la voz de la razón, cerrando los oídos a un punto de vista que no es la nuestra.  Andamos nosotros ciegos y sordos, sin darnos cuenta. 

 

Podemos considerar algunos casos concretos.  En el último mes hemos visto de cerca el sufrimiento de los que perdieron su casa, sus familiares, y hasta sus vidas en Gaza.  Hemos visto el terror de la gente viviendo en Ucrania.   Mismo en nuestro país, hay imágenes terribles de la devastación de los incendios, de las inundaciones en varios estados, y siempre hay la desesperación de los inmigrantes tratando de entrar en los Estados Unidos de países del sur.   Todos están buscando una vida segura, una vida que les dé la posibilidad de vivir con dignidad y seguridad.  Tenemos que abrir los oídos a sus gritos de dolor y hacer nuestra parte, por más pequeño que sea.

 

¿Y cómo es en nuestro mismo alrededor?   ¿Somos sordos al grito silencioso del viejito o del inválido que vive cerca?  ¿Vemos el pobre que busca su comida de una dispensa de caridad?  ¿Escuchamos el clamor de los jóvenes que vienen a la escuela sin comer durante el fin de semana? Hay tanta gente que necesitan una palabra de aliento, un momento de nuestro tiempo, una ayuda para asegurarles que tienen hermanos y hermanas en una comunidad de fe.

 

Regresamos al sentido de los milagros de curación.  Cualquier enfermo, sea de cuerpo o del espíritu, que se revela a la comunidad cristiana merece la misericordia y la ayuda.  Estamos hoy en el lugar de Jesús, portadores de la curación y del amor.  Nos toca abrir nuestros ojos y oídos a los gritos de los sufridos y extender la mano como Jesús.  Como Jesús hizo concreta la profecía de Isaías, hoy tenemos la oportunidad de hacer concreta la misión de Jesús.  Abrir el oído del corazón al pobre es sin duda una poderosa manifestación del amor evangélico.

 


Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>


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