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XX

DOMINGO

(B)

XX Domingo Ordinario (B)

 

 

8/18/2024

Proverbios 9: 1-6; Efesios 5: 15-21; Juan 6: 5158

 


 

Durante las últimas tres semanas estamos escuchando parte del Evangelio de San Juan.  Hoy leemos un punto clave de su enseñanza donde Jesús usa palabras chocantes, diciendo que la gente tiene que comer su carne y beber su sangre.  Estamos tan acostumbrados a la Eucaristía que no podemos imaginar el efecto de estas palabras en el tiempo de Jesús.   El realismo de este acto era imposible aceptar.  La pobre gente necesitaba una fe tremenda.

 

Es interesante que Jesús no trataba de calmar las dudas de la gente.  No dijo nada para suavizar su confusión.  Pensamos que si Jesús estaba hablando simbólicamente, hubiera dado una aclaración para evitar el mal entendimiento de la gente.  Pero hasta cuando la gente le abandonó, Jesús seguía insistiendo que su carne era verdadera comida y su sangre verdadera bebida.  Jesús estaba tratando de mover a la gente de su aprecio de pan en el Antiguo Testamento hasta una nueva idea de su propia persona.   

 

La imagen central en esta enseñanza es el acto de comer.  Comer es un acto de asimilación, una acción por la cual algo se convierte en una parte de nosotros.  Si comemos pan, el pan está cambiado en nuestra carne.  Pero al contrario, si comemos el cuerpo de Dios, estamos nosotros cambiados en el cuerpo de Jesús.  Podemos decir que recibimos la mente de Jesús, el corazón de Jesús, su manera de entender, ver y amar el mundo. 

 

Hay una promesa incluida en este pasaje.  Jesús dice que si comemos su carne y bebemos su sangre, tendremos la vida eterna.  Según San Juan esta vida eterna empieza en esta presente vida como un regalo de Dios.  Es una condición de ser que incluye una relación intima con Dios que no será destruida con la muerte.  Más bien, esta vida llegará a su plenitud después de la muerte, pero empieza ahora.  Que increíble pensar que estamos ahora viviendo la vida eterna prometida por Jesús. 

 

Hay dos reflexiones que podernos llevar del discurso del pan de la vida.  Primero, cada vez que asistimos a la santa misa, podemos estar alimentados no solamente por la palabra de Dios, sino también por el pan de vida, la promesa de vida eterna.  Podemos recibir el verdadero cuerpo de Jesús, su verdadera sangre, no un símbolo ni un memorial.  Y segundo, cuando recibimos este pan, estamos viviendo la vida eternal que florecerá en la eternidad. 

 

Estamos todos invitados al banquete.  Estamos invitados a comer de las riquezas de Dios.  Estamos ofrecidos lo mejor alimento que hay.  La Eucaristía no es una señal del cuerpo de Jesús; no es una representación del Cuerpo de Jesús.  La Eucaristía es el mismo Cuerpo de Jesús, sangre y carne.  Nos toca no más aceptar y acercarse al altar.   Con esta recepción del sacramento, estamos incluidos en la promesa de Dios de compartir la vida eterna.  Estamos tan bendecidos como católicos.  Demos gracias a Dios.

 


Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>


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