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IV Domingo Cuaresma (C) |
IV Domingo de Cuaresma
03/30/2025
(Consulte el Archivo para ver reflexiones pasadas y futuras.)
Josué 5: 9a. 10-12; 2 Corintios 5: 17-21; Lucas 15: 1-3,11-32
El sentido de esta parábola del Hijo
Prodigo es tan claro y tan bien conocido que ya no nos
sorprende. Conocemos bien el relato y muchas veces sirve
como el texto de un servicio de Reconciliación. Pero creo
que es un desafío creerlo. Me parece que somos semejantes a
uno u otro de los dos hijos en la parábola. Nos quedamos con
un sentido del Padre como Juez, como El que mide la justicia
según nuestras acciones. Tal vez porque somos así nosotros,
nos encontramos difícil entender a Dios como el Padre en el
Evangelio.
Podemos imaginar el dolor del padre cuando su hijo menor le
viene pidiendo su parte de la herencia. En este tiempo de la
historia, era un crimen perder o malgastar los bienes de un
padre. Y este hijo que se fue dejó a su padre como objeto de
burla y de menosprecio en su comunidad. El hijo no solo
quitó los bienes de su padre, le quitó también su buen
nombre y respeto entre sus iguales. Sin embargo, el padre no
le negó lo que había pedido. La libertad de su hijo era un
valor aun más grande para el padre que sus bienes
materiales.
Lo que podemos ver es que el padre seguía queriendo a su
hijo. Contra toda la costumbre de su tiempo, no le había
sacado de su corazón. Sabía como estaba viviendo su hijo y
sufría por lo que sufría. Entonces, cuando vio de lejos que
el hijo se acercaba, corría a su encuentro. Sabemos el
resto, la túnica rica, el anillo, las sandalias y el becerro
gordo. El padre no permitía que su hijo regresara como
sirviente. Era su hijo amado, y el padre les quitó a los
vecinos la oportunidad de burlarse de su hijo. Preparó una
fiesta grande e invitó a todos.
Pero el sufrimiento del padre no era solamente por este
hijo. Ahora ve que el hijo mayor queda resentido y amargo.
Otra vez vemos que el padre sale de su casa, esta vez al
encuentro con el hijo mayor. El hijo mayor niega entrar. Es
el hijo fiel que nunca había abandonado sus
responsabilidades. Pero queda lejos de entender el amor de
su padre. El puede pensar solamente en términos de justicia.
Presenta su caso de fidelidad y trabajo. Ahora el quiere su
premio, su becerro gordo, y no puede aceptar que el padre lo
regala al hijo que había desgraciado a la familia. Este
tampoco había aprendido amar como su padre.
Durante este Cuaresma, estamos invitados una vez mas
acercarnos al padre para juntarnos a la fiesta. Escuchamos
las lindas palabras del padre: “Es necesario hacer fiesta y
regocíjanos.” Es la invitación que tenemos hoy- acercarnos
otra vez al padre y celebrar. El padre quiere que entremos a
la fiesta- no importa si somos como él que gastó su herencia
o como él que se quedó fuera de la casa envuelto en cólera y
amargura. Los dos hijos trataban a su padre como un juez, el
uno yendo a pedir su castigo y el otro pidiendo su premio.
Pero el padre no es juez, el es un padre con corazón abierto
que corre a abrazarnos y organiza una gran fiesta para
celebrar la reconciliación.
Todos aquí en la Iglesia hoy escuchamos la invitación al
banquete. Dios nos invita a la reconciliación, porque quiere
que participemos en la fiesta de la Eucaristía. Nos ofrece
el pan de vida, la sangre de redención. Cada año la Iglesia
nos ofrece esta linda parábola con su mensaje de perdón y
reconciliación. Abren los oídos y cree que Dios está siempre
listo a perdonar. Lo peor sería dejarle al padre esperando
en la puerta del banquete mientras que nos enceramos en
nuestra duda y falta de confianza.
Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
(Las últimas siempre aparecen primero).
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