1. -- Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>

2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>

 

 

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1.
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Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>

 

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2.

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PRIMERAS IMPRESIONES

18º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
3 de Agosto de 2025

Eclesiastés 1:2; 2:21-23; Salmo 95; Colosenses 3:1-5, 9-11; Lucas 12:13-21

por Jude Siciliano , OP

 

Queridos predicadores:

 

Claro, no todas las sorpresas son bienvenidas. Las malas noticias suelen llegar así: de repente, inesperadamente. El teléfono suena en plena noche, despertándonos de golpe. Al cogerlo, se nos hace un nudo en el estómago. Las malas noticias suelen empezar así. A veces, la voz al otro lado de la línea dice: "Lo siento, número equivocado", y respiramos aliviados. Pero no siempre.

 

En un instante, la comodidad y la seguridad de nuestra vida cotidiana pueden verse alteradas. Una llamada telefónica. Un informe médico. La lectura de una radiografía. Los resultados de un análisis de sangre o una mamografía. Quizás una sombra en una resonancia magnética, y el rostro solemne del médico ya revela la gravedad de la noticia. Todo cambia.

 

Jesús enseñaba frecuentemente con parábolas —su método preferido—, no imponiendo reglas ni normas, sino invitándonos a la reflexión. No hay mandamientos, solo historias con una profundidad oculta. Como si dijera: «Reflexiona sobre esto. Considera tu propia vida. ¿Qué ves?». Estas parábolas a menudo se inspiran en momentos cotidianos: un pastor buscando una oveja perdida, una mujer barriendo una moneda perdida, un comerciante buscando perlas finas, un agricultor sembrando.

 

La parábola del Evangelio de hoy es única. Es una de las pocas en las que Dios aparece como personaje e incluso habla. Solo eso debería hacernos reflexionar. Dios habla, así que debemos escuchar con atención.

 

Acto uno:

 

Un hombre acude a Jesús con una pregunta legal. «Maestro, dile a mi hermano que divida la herencia conmigo». ¿Pensaba que Jesús era abogado? ¿Juez? ¿O quizás solo uno de los rabinos versados en la Ley? Quizás esperaba una decisión sabia. Pero Jesús elude la petición, como diciendo: «Para eso hay tribunales». Aun así, aprovecha el momento para enseñar. Sigue una parábola que nos da la oportunidad de reflexionar sobre nuestros valores, nuestras prioridades y cómo percibimos la vida.

 

Había un hombre rico cuyas tierras produjeron una cosecha abundante…

 

Acto dos:

 

La historia empieza bastante bien. ¿Quién no querría estar en el lugar del rico? Seguridad, abundancia, prosperidad. Imagina su mesa generosa, repleta de comida, rodeado de invitados importantes. Imagina su vasta propiedad. ¿Su mayor problema? ¿Dónde almacenar todo su grano? ¿Quién no querría un problema así? Es como ganar la lotería, y ahora tienes que decidir cómo gastarlo.

 

Pero aquí llega el punto de inflexión: Justo cuando nos dejamos llevar por la comodidad y la admiración por este hombre exitoso, la parábola da un giro. Se emite un veredicto, severo y repentino. Dios habla: «Necio, esta misma noche te pedirán la vida. Y lo que has preparado, ¿de quién será?».

 

Nota: No dice que Dios le quite la vida. ¿Quién lo hará? ¿Un pariente celoso? ¿Un campesino pobre que anhela un futuro mejor? Las riquezas atraen envidia, y a veces cosas peores. Piensen en Ebenezer Scrooge en Un cuento de Navidad, quien muere y es despojado de todo por quienes una vez lo sirvieron.

 

Lo que importa es esto: en medio de la comodidad y la autocomplacencia, la vida del hombre se derrumba por completo. Todo está perdido.

¿Por qué? ¿Qué causó su caída?

 

Un detalle impactante: habla solo consigo mismo. "¿Qué debo hacer?" "Derribaré mis graneros..." "Le diré a mi alma..." No hay nadie más en su mundo. Ni esposa. Ni familia. Ni mención de vecinos, amigos, trabajadores... ni de Dios. Es un hombre envuelto en su propia cámara de resonancia. No consulta a nadie más que a sí mismo.

 

Dios lo llama tonto.

 

No estamos hechos para vivir solos. Formamos parte de una comunidad. Nuestras decisiones afectan a los demás. Como nos recordó el poeta John Donne: «Nadie es una isla». ¿Sus empleados estaban pasando apuros? ¿Podrían haber compartido su abundancia? Él no pregunta. No se rige por ningún límite. ¿Cuánto es suficiente? ¿Cuánto es demasiado?

 

Se deja engañar por sus posesiones. Las llama "cosas buenas". Hoy, podríamos decir "bendiciones". "Soy tan bendecido", decimos para consolarnos. Pero si equiparamos las posesiones con el favor de Dios, ¿qué dice eso de los pobres, de aquellos que carecen de tales "bendiciones"? ¿Qué lugar ocupan ante Dios?

 

Recordemos: la lógica de este hombre le valió el reproche de Dios: "¡Necio!".

 

A la luz de esta parábola, ser "rico en lo que le importa a Dios" significa algo más profundo. Significa no tomar las grandes decisiones de la vida de forma aislada. Significa discernir lo que Dios desea. Significa orar y escuchar. Significa preguntar: "¿Y ahora qué?" e invitar a otros a la conversación, especialmente a aquellos cuyas vidas se ven afectadas por nuestras decisiones: cónyuges, familias, colegas, comunidades.

 

Entonces, ¿qué significa ser “rico en lo que le importa a Dios”?

 

·        Significa no confiar en cosas que no pueden durar.

·        Significa ver nuestras posesiones a la luz de las necesidades de los demás.

 

Significa preguntarnos: "¿Cuánto necesito realmente?". Significa reconocer las verdaderas bendiciones de nuestra vida: nuestras relaciones, nuestra capacidad de compasión, los dones de la creación que nos nutren y nos sostienen.

 

Cada uno de nosotros puede hacer su propio inventario:

 

·        ¿A quién o qué valoro?

·        ¿Qué me hace rico ante los ojos de Dios?

 

Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo.

https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/080325.cfm