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XXXII

DOMINGO

(A)

XXXII Domingo Ordinario

Sab 6:12-16; 1 Tes 4:13-18; Mt 25:113

– Fray Carlos Salas, OP

– 11/12/23


El cierre del año litúrgico nos lleva a considerar el fin en varios términos: el de nuestra muerte, el de la parusía (es decir, la segunda venida), y el propósito de nuestra vida. Todo esto es reflejado en la parábola de las diez jóvenes.  

En esta parábola, el Señor Jesús nos describe cómo es el Reino de los cielos. Nos describe cómo vivimos ya ahora y así ser bienvenidos a entrar al banquete de bodas. Evidentemente, las diez jóvenes se quedan dormidas como señal de nuestra naturaleza imperfecta. El Señor conoce nuestra fragilidad y tendencia a lo más fácil: caer en el pecado.  

Lo que desea el demonio es desalentarnos. Quitarnos la esperanza en Dios. Así como Dios nos da la esperanza, el demonio quiere quitárnosla, acechando los momentos cuando nos quedamos dormidos. Pero él no puede quitarnos esa esperanza si somos precavidos en esta vida.  

Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora. Estas palabras de nuestro Salvador nos indican que formamos parte de nuestro avance espiritual y moral. No podemos cruzar los brazos y pretender que así podremos aumentar en la virtud. Y aunque Dios mismo puede infusionar virtud en nosotros gratuitamente, nuestra disposición se demuestra no solo de palabra sino de las obras por la fe.

Podemos decir que el frasco que traen las jóvenes es nuestra alma y el aceite es una vida completa: de oración, de la fe en Cristo, de las buenas obras por la fe, y de las virtudes fomentadas a través de toda una vida. En realidad, ninguna de estas puede faltar. Cualquiera puede hacer buenas obras, aún sin creer en Dios. Pero el motivo es distinto e imperfecto. Al haber recibido el mensaje de salvación, es nuestro deber ponerlo en práctica.  

El mensaje de salvación, del amor de Dios, no es un mensaje para ser leído pasivamente, sino uno que cambie nuestra conducta e intenciones. En sí, es recibir las virtudes teologales y ponerlas en práctica: la fe, la esperanza, y la caridad.  

Por la fe creemos en Cristo y salimos de nuestra comodidad hacia el encuentro del esposo para que abra la puerta al banquete. Por la esperanza somos precavidos y permanecemos, con fortaleza, en las buenas obras. Por último, el fin y propósito de toda obra nuestra es la caridad: el amor total de Dios y el amor al prójimo por amor a Dios.  

Ya hemos escuchado el mensaje de Dios, ya es tiempo de actuar. Es imposible responder al mensaje y actuar demasiado temprano. Dice el libro de la Sabiduría hoy: El que madruga por ella –la sabiduría– no se fatigará. Es sabia la persona que teme a Dios como su Creador y Aquel que la ama infinitamente, conociendo que Dios le dará las fuerzas que necesita para hacer Sus obras de bien y para creer en Él intensamente. 

Es imposible actuar demasiado temprano, pero sí es posible responder demasiado tarde, es decir, la indiferencia y no responder. Estas son las jóvenes no precavidas. Propensas por la naturaleza humana debilitada, no solamente cayeron en el pecado, pero también vaciaron su aceite de fe y esperanza – quedándose en un lugar de indiferencia al mensaje de Dios, al no haber obrado por amor a Dios y amor al prójimo por amor a Dios.  

No es una tarea imposible. Dios mismo es nuestra fuerza y tenemos esta vida para creer en Él y demostrar nuestras intenciones por la manera como vivimos. La tentación es de posponer el cambio de nuestra conducta para cuando estemos más preparados y listos. Sin embargo, no estaremos preparados si no comenzamos cuanto antes. En sí, el camino es ya parte del destino. Lo que Dios nos promete comienza aquí.  

Solo tenemos esta vida para actuar; que no se nos haga tarde. Fuimos creados para amar a Dios y ser felices. Ya hemos recibido el mensaje. Actuemos hoy.  

God bless,

Br. Carlos Salas, OP

Student Friar, Deacon

St. Dominic Priory  | St. Louis, MO.

Province of St. Martin de Porres  (Southern USA)
 


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