Queridos lectores:
Los evangelios de los dos domingos venideros nos ofrecen parábolas para
reflexionar. En lugar de tratar a las dos he decido examinar la segunda lectura
de la Carta a los Romanos para este domingo. Es breve pero no falta
posibilidades para la predicación. Espero que la reflexión a la continuación
les ayude en su propia preparación. Bendiciones en Cristo, p. Carmelo
EL VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO,
17 de septiembre de 2023
(Eclesiástico 27:33-28:9; Romanos 14:7-9; Mateo 18:21-35)
Volvámonos una vez más a la carta magnífica de Pablo a los romanos. La hemos
sido leyendo desde junio. Pero hoy es el último domingo de este año litúrgico
que se le usa.
La lectura es tomada de la última parte de la carta, que provee la respuesta
apropiada a la salvación en Cristo. Pablo ha dicho que los cristianos deben
conducirse en modos santos. No deben conformarse al mundo presente. Más bien
tienen que ser transformados de modo que piensen y actúen según la voluntad de
Dios. Como guía, Pablo les proporciona la ley del amor: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
Ahora Pablo quiere abarcar un problema que evidentemente ha surgido en la
comunidad. Algunos comen toda la comida puesta en la mesa antes de ellos sin
preguntarse si la comida fuera ofrecida a los ídolos. La cuestión no les
importa. Entretanto otros sienten que, si fuera ofrecida a los ídolos, sería
contaminada y inaceptable comerse. Aunque Pablo mismo no tiene dificultad tomar
tal comida, recomienda que cada persona sea respetuosa de las demás.
Vemos la sensibilidad que Pablo quiere fomentar cuando un anfitrión hoy en día
da a sus huéspedes una selección sin carne al viernes. Sabe y respeta que
algunos católicos mantienen la tradición de abstenerse en este día durante todo
el año como en la cuaresma.
Junto con el requisito del amor Pablo está haciendo hincapié en otro gran valor
cristiano: la unidad en Cristo. El Bautismo nos ha unido a Cristo como nuestra
primera referencia de existencia. (Esto puede ser difícil para algunos. Por
favor, háganme caso.) Más que somos negros, blancos, o de otra raza; más que
somos puertorriqueños, americanos, o chinos; más que somos Rodríguez, Figueroa,
o Biden; somos de Jesucristo. Nunca deberíamos permitir que nos separemos de él
o de uno y otro en él. Por eso, Pablo dice: “Ninguno de nosotros vive para sí
mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,
para el Señor morimos”.
Como siempre, se puede ver el vivir de la palabra de Dios en los santos. El
monseñor Pierre Claverie era obispo de Oran, una región de Argelia azotada por
el terrorismo islámico en los 1990s. Mons. Claverie sabía del peligro
mantenerse en el país, que fue su tierra nativa, pero rechazó la posibilidad de
huirse. Expresó su perspectiva a las monjas de una clausura en Francia:
“Estamos aquí por este Mesías crucificado. ¡Por nada más y nadie más! … Estamos
aquí como aquel que está al costado de la cama de un amigo…enfermo, en silencio
apretándole la mano y secando el sudor de su frente”. Evidentemente él podía
ver a Cristo en los musulmanes que rodean y que también fueron victimizadas por
el terrorismo. Como vivía por Cristo, el Monseñor Claverie murió por Cristo.
Fue martirizado en agosto de 1996. En sus exequias los musulmanes llenaron la
catedral diciendo: “Era nuestro obispo también”.
Pero no es solo por razón de estar en solidaridad con los sufrientes que
adherimos a Cristo. Dice Pablo que Cristo es Señor de vivos y muertos. Los
muertos no son exterminados sino viven en Cristo. Además, como él resucitó de
la muerte, aquellos que adhieran a él resucitarán. No nos importa que muchos no
reconozcan esta esperanza. Dos realidades la atestiguan: el testimonio de la
Biblia y nuestra experiencia de la bondad de Dios. Venga lo que venga,
viviremos por Cristo hasta que se realice su promesa de la vida eterna.