III Domingo de Cuaresma [Ciclo A] – 12 de marzo, 2023 Éxodo 17:3-7 | Salmo 94 | Romanos 5:1-2, 5-8 | Juan 4:5-42 De la carta del Apóstol san Pablo a los Romanos: La esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. Reflexión por Fray Carlos Salas, OP: "La esperanza es lo último que muere." Esta es una frase que nos decimos frecuentemente. La he escuchado muchas veces en mi vida. Pero, ¿qué significa realmente? Y, aún más importante, ¿qué sucede cuando nos llena una desesperanza? Lo que esta frase nos indica es una esperanza que nosotros fabricamos y de la que nos convencemos de una realidad que esperamos suceda. Esta esperanza nos puede ayudar momentáneamente y darnos motivación para seguir adelante. Sin embargo, esta esperanza se agota el momento que dejamos de pensar en ello. Este tipo de situación es la que el pueblo de Israel experimentó en el desierto. Claro, las necesidades naturales de alimento naturalmente nos llevan a buscar los medios para conseguir y satisfacer el hambre y la sed. Pero el mensaje que el libro del Éxodo nos quiere comunicar es más profundo: la confianza entera en Dios. Esta confianza es distinta a la que nos referíamos hasta ahorita; la podemos llamar con el mismo nombre, esperanza, pero el origen es Dios. Esta esperanza es la que mejor conocemos como virtud teologal; es decir, es un don de Dios. La diferencia esencial de la virtud de la esperanza y la esperanza que nosotros podemos fabricar es que la primera la recibimos de Dios por medio de la gracia. La segunda se acaba el momento que la hacemos a un lado. Aunque la primera, la esperanza de Dios, también podemos negarla y nos haremos ciegos a ella. Es en estos momentos que comenzamos a perder confianza entera en Dios e incluso podemos llegar a tentar a Dios, como lo hizo el pueblo de Israel. Nuestra respuesta debe ser como la de la mujer en el pozo. Jesús nos espera en el pozo, incluso en el calor del mediodía, para acercarnos a Él. Así como el pueblo Israel se acercó a Moisés para pedirle agua, así nos ponemos en los pies de la mujer Samaritana y acercarnos al pozo con Jesús. Paradójicamente para nuestra mente, lo que nos lleva a acercarnos a Dios es Dios mismo. Es decir, el Espíritu de Dios yace en nosotros, en nuestras almas. Dios ha puesto Su Espíritu en nosotros para mostrarnos el camino a Él. Es por esto que la esperanza de Dios realmente no se acaba, porque nosotros no la fabricamos, sino que permanece en nosotros. Podemos ignorarla, pero ese deseo de Dios permanece en nosotros. Nada más lo saciará mas que Dios mismo. Cuando buscamos satisfacer esta sed con lo que el dinero puede comprar o con el placer o con el poder, lo que Jesucristo nos dice es esto: el que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Creo que tenemos mucha familiaridad con esto, volvemos a regresar a los mismos placeres, a comprar más cosas, a ejercer nuestra autoridad sobre otros—¡incluso sobre nosotros mismos! Pero nunca es suficiente y perdemos la esperanza en ellas. Ahí nos damos cuenta que buscamos algo más, pero no lo encontramos en otro lugar mas que con Dios mismo: el que beba del agua que yo le daré [Jesucristo], nunca más tendrá sed. Esta agua es el agua del bautismo que Jesús mismo bendijo al bautizarse en ella. Por eso recordamos y regresamos a ese momento con frecuencia, porque ahí recibimos esa agua como una prueba de la vida celestial que viviremos por la eternidad. Esa agua se mezcla con el trigo y forma pan, el cual el Espíritu Santo lo convierte en el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Este es nuestro alimento para el camino, nuestro sustento y prueba de la vida eterna ya hoy. Todo esto es posible por la gracia de Dios: la esperanza que Él nos da, que es una confianza firme que Dios cumple sus promesa de satisfacción eterna en el cielo. Todo esto viene del agua viva que se convierte en un manantial capaz de dar la vida eterna. Esta es la esperanza de Dios. La firme convicción en la vida eterna por el don que hemos recibido. Esta es nuestra fe. Y así compartimos ese manantial de caridad con el prójimo hoy mismo. Algo para traer a la oración:
"fr. Carlos Salas, OP" <csalas@opsouth.org>
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