2.07.2021
V DOMINGO
Job 7: 1-4, 6-7
Corintios 9: 16-19, 22-23
Marcos 1: 29-39
La
pregunta que enfrentamos en las lecturas hoy es una que nos persigue en cada
generación. ¿Cómo es que gente buena sufre? Creo que cada uno de nosotros
conoce a alguien que deja de asistir a la misa después de ver sufrir a su mamá o
a un ser querido. También conocemos a gente que queda desilusionada porque dice
que Dios no había escuchado sus oraciones por alguien que tuvo problema grande.
Estas personas sufren de la misma mentalidad que vemos en el libro de Job.
Job
era un hombre rico y honrado que pasó por una serie de desgracias, perdiendo sus
rebaños, su riqueza, y hasta sus hijos. Luego él mismo está afligido por una
enfermedad muy penosa. Por esta razón se pregunta por qué le ha pasado a él
todo eso y grita a Dios. Sus amigos vienen tratando de convencerle que el debía
de haber pecado, porque Dios castiga a los malvados y premia a los buenos.
A
través de todo el libro de Job, vemos la creencia de que Dios tiene que
recompensar a los justos y castigar a los malos durante su vida. Esta creencia
trata de poner a Dios a servicio de los hombres. O sea, si la persona humana
actúa en una manera recta, Dios se queda obligado a arreglar los eventos de la
historia para que esta persona aproveche de la felicidad. En misma manera, si
la persona actúa de manera mala, Dios se queda obligado a arreglar los eventos
para que esta persona sufra.
Al
final de la historia de Job, el autor dice que Job no había pecado y que los
sufrimientos de su vida no son su culpa. El autor trata de asegurar a la gente
que el sufrimiento no es resultado de la justicia divina. Pero la gente
encontró muy difícil aceptar esta enseñanza, y hasta hoy en día, vemos que
muchas personas siguen en esta idea. Por eso, hay gente que se enojan con Dios,
diciendo que Dios no hizo caso a sus oraciones.
En
el Evangelio vemos a Jesús haciendo su ministerio de curar a los enfermos y
expulsar demonios. La misión de Jesús era enseñar que Dios quería lo mejor
para la persona humana- que la voluntad de Dios es que la persona viviera sana y
libre de las fuerzas del mal. En el Evangelio estas fuerzas malas están
expresadas como enfermedades y como demonios. Jesús tiene poder para librar a
la persona de estas fuerzas y llevarle otra vez a la comunidad humana. Por
ejemplo, después de la curación, la suegra de Simón Pedro está incluida en las
actividades de la casa, y los demás curados entraron en la vida del pueblo.
Las
lecturas nos dicen que hay sufrimiento, pena y dolor en la vida, pero no son
castigos por lo que hemos hecho. Dios no manda enfermedad como castigo. La
enfermedad llega a los buenos tanto a los malos. No podemos comprar ni la salud
ni la dicha por nuestras acciones. El sufrimiento es un misterio, un misterio
que queda más allá de nuestro entendimiento.
Pero eso no es decir que debemos buscar el dolor,
ni verlo como algo bueno. Mejor dicho, debemos tratar de aliviar el dolor y el
sufrimiento, según el ejemplo de Jesús. Jesús sirve como ejemplo para nuestra
vida. Tenemos que hacer todo lo posible para que cada persona viva sane y libre
de los espíritus malos que nos separan de la plenitud de la comunidad humana.
Jesús es la plenitud de la vida, aquí en la tierra como en el cielo. Durante
toda la vida, tenemos que luchar para que esta plenitud este visible como
símbolo del Reino de Dios.