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BAUTISMO DEL
SEÑOR
12 de
enero de 2024
Isaías 60:1-6; Salmo
72; Efesios
3:2-3a, 5-6; Mateo 2:1-12
BAUTISMO
del
SEÑOR
(C)
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1. -- P. Carlos Salas,
OP <csalas@opsouth.org>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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1.
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La palabra “bautismo” significa simplemente “lavar.” Es por esto por lo que san Juan el Bautista clarificó: Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo… Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El bautismo que Juan ejerció fue una prefiguración. San Juan bautizó con un bautizo de agua por el arrepentimiento de los pecados, para allanar el camino para el mensaje de la salvación, y prepararnos para el bautismo que es efectivo y nos limpia de todo pecado.
El segundo versículo de toda la Biblia nos revela algo que llama nuestra atención hacia la creatura el agua. Ahí nos dice el libro del Génesis: El soplo de Dios se movía sobre las superficie de las aguas. Este soplo es el mismo que el Señor Jesucristo sopló a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. Así nos damos cuenta de la importancia que tendrá el agua en la historia de la salvación, porque el mismo Espíritu Santo se movía sobre su superficie.
Lo vemos en el éxodo de nuevo. El Señor hizo que el faraón se empeñase en perseguir a los israelitas, mientras éstos salían triunfalmente. Al mismo tiempo que los israelitas huían de Egipto, ellos dudaban porque se veían perseguidos y decían, ¿No había sepulcros en Egipto? Nos ha traído al desierto a morir. Mientras tanto, Moisés los alienta y, a través de él, el Señor abre el Mar Rojo para que pudieran pasar secos. Pero los egipcios no desistieron, Los egipcios, persiguiéndolos, entraron detrás de ellos por el mar, con los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes. Entonces Dios hizo el camino de los egipcios más difícil cuando le habló a Moisés para que culminara su batalla contra los egipcios que los habían esclavizado. Moisés tendió su mano sobre el mar: al despuntar el día el mar recobró su estado ordinario, cuando los egipcios trataron de huir, se toparon con las aguas, y el Señor arrojó a los egipcios en medio del mar. Las aguas, al reunirse, cubrieron carros, jinetes y todo el ejército del faraón que había entrado en el mar persiguiendo a Israel, y no escapó uno solo. Pero los israelitas pasaron por el mar a pie, sin mojarse, mientras las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Las mismas aguas que traen vida a los israelitas fieles trajeron muerte a la causa de la esclavitud. De nuevo, esta es una prefiguración poderosa del poder del bautismo a través del agua.
Una última prefiguración más del bautismo y el poder del agua lo encontramos en el 2 do libro de Reyes. Naamán estaba enfermo de la piel y siguió el consejo de pedirle al rey de Israel que lo curara. Él se armó con amplios recursos para pagar, pero el rey de Israel se ofendió porque él no tiene autoridad sobre la vida y la muerte, sobre la salud y la enfermedad. Pero un profeta del Señor, Eliseo, intervino para ayudar. Eliseo mandó a uno a decirle: Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia. Naamán estaba descontento y sin apreciar las aguas del Jordán. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que toda el agua de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio? Pero sus servidores lo convencieron a bañarse en el Jordán como lo indicó Eliseo; después de todo, fue algo muy sencillo lo que había pedido, mientras que Naamán estaba dispuesto incluso a hacer algo más complejo. Entonces Naamán bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta, y su carne quedó limpia, como la de un niño.
Estas tres historias del Antiguo Testamento no solamente nos recuentan prefiguraciones del Bautismo, pero nos revelan cómo Dios actúa en nuestro mundo tangible. La primera historia del libro del Génesis nos indica que el Espíritu Santo se hace presente en el agua ya de una manera natural, pero ahora con el bautismo del Señor Jesucristo, el Espíritu Santo se encuentra en ella de una manera supernatural. El agua bendita hace esto una realidad cada vez que entramos en la iglesia o en nuestros hogares y nos santiguamos: recordamos con nuestro cuerpo, siendo cruzado con una gota de agua bendita, que hemos sido bautizados en la muerte de Jesucristo para ser resucitados como Él.
La segunda historia del libro del Éxodo nos revela, especialmente, sobre la purificación que es posible a través de las aguas. Así como las aguas del Mar Rojo se alejaron de una manera para que los israelitas pudieran caminar a través del mar sin mojarse (los inocentes), así también ahogaron a los egipcios que los perseguían para esclavizarlos de nuevo (el pecado). Las aguas del bautismo no son como un tratamiento de quimioterapia que (generalmente) ataca a todo el sistema inmunológico del cuerpo, sino que las aguas del bautismo atacan y eliminan eficazmente todo el pecado y solo el pecado, sin borrar virtud alguna, sino resaltándola aún más.
Por último, la historia de Naamán nos elucida sobre la fe que es necesaria para recibir el bautismo fructíferamente. Es decir, para que los efectos del bautismo se hagan realidad en nuestro ser. Naamán pensaba que bañarse en el Jordán era algo muy bajo, un río muy sucio y que no podría limpiar mejor que los demás ríos que él conocía. Pero sus sirvientes lo animaron a que, si esto es lo que el hombre de Dios, Eliseo, le ha pedido, que lo hiciera como un acto de fe. Naamán, en un acto de fe, se bañó las siete veces y dijo: Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel. El acto de fe al momento del bautismo es necesario.
Jesucristo, que es la perfección y dispensador del don de la fe, se bautizó en el mismo río que Naamán para que, cuando nosotros fuéramos bautizados en el agua, no solamente recibiéramos un bautizo corporal de agua como el de san Juan el Bautista, sino para ser bautizados con el Espíritu Santo y con fuego. Estas son las dos cualidades que nos dan la vida nueva y que eliminan el pecado de nuestra vida. Jesucristo nunca pecó, y por esto bendijo las aguas. Nosotros que hemos pecado somos purificados por ellas mismas. Y, así como el Padre habló de su Hijo unigénito, así habla de cada uno de nosotros bautizados, como lo prefiguró el profeta Isaías, Miren a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu.
Pero solo nos bautizamos una sola vez. Ya cuando somos adoptados como hijo/hija de Dios, eso nadie lo puede cambiar. Cada pecado después de nuestro bautismo es lavado, ya no con las aguas del Jordán, sino con las aguas de nuestras lágrimas de contrición al reconocer nuestras faltas. Esas lágrimas que traemos al Confesionario pidiendo perdón por lo que hemos hecho en contra del amor de Dios y del prójimo. Y el Padre ( nuestro Padre) nos recibe con los brazos abiertos para limpiar toda lágrima de nuestro rostro, junto con todo pecado.
P.
Carlos Salas, OP <csalas@opsouth.org>
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2.
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“PRIMERA IMPRESIONES”
BAUTISMO DEL SEÑOR -C-
12 DE ENERO DE 2025
Isaías 42:1-4, 6-7; Salmo 104; Hechos 10:34-38; Lucas 3:15-16, 21-22
por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
La lectura de Isaías de hoy está llena de buenas noticias. Proviene del “Libro
de la Consolación” (Isaías 40-55), escrito durante una época en la que Asiria
había caído, Babilonia se estaba debilitando y Dios se preparaba para rescatar a
los israelitas esclavizados. Eran un pueblo quebrantado, y Dios, como un tierno
pastor, perdonó sus pecados, ofreció consuelo y prometió guiarlos con dulzura
hacia la libertad.
El pasaje comienza: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”. El
verbo está en plural y sugiere que Dios está llamando a un grupo para que diga
palabras de consuelo a los necesitados. La frase “mi pueblo” refleja la relación
de alianza de Dios con Israel, incluso en su sufrimiento. A pesar de sus
pecados, Dios sigue siendo fiel y se declara que su tiempo de dificultades ha
terminado.
Aunque el alivio prometido aún no es visible, se insta al pueblo a actuar con
esperanza, eliminando los obstáculos a la llegada de Dios: “Preparad en el
desierto el camino del Señor”. Este es un llamado a confiar en la promesa de
Dios y comenzar a prepararse para la liberación, incluso antes de que sea
evidente.
La escena se traslada entonces a Jerusalén, una ciudad en ruinas. El pueblo está
llamado a proclamar que su Dios victorioso viene a liberarlos, a expresar
esperanza en lo que todavía no es visible. Esta misión de proclamar buenas
noticias y esperanza fue central en el ministerio de Jesús, guiado por el
Espíritu que le fue dado en su bautismo, un Espíritu que también recibimos en
nuestro bautismo. Nosotros también estamos llamados a ser heraldos de buenas
noticias.
En su bautismo, Jesús oró, expresando su dependencia de Dios e identificándose
plenamente con la humanidad. Al igual que aquellos en el bautismo de Juan que
buscaban la renovación, también nosotros buscamos un nuevo comienzo al comenzar
el nuevo año. Esperamos que el Espíritu se mueva dentro de nosotros para vivir
nuestra identidad bautismal como discípulos de Jesús, llevando buenas noticias a
los necesitados.
El Espíritu viene sobre Jesús mientras está orando. La oración es un tema clave
en todo el evangelio de Lucas. Nada importante sucede para Jesús en este
evangelio aparte de la oración. La oración también debe acompañar el ministerio
del discípulo. La oración abre los ojos y los oídos del discípulo para que
podamos reconocer a Jesús cuando aparece disfrazado con la ropa de la gente
común y los acontecimientos de nuestros días.
Lucas enfatiza el papel del Espíritu Santo en el bautismo de Jesús. Si bien se
menciona brevemente el bautismo en sí, Lucas se centra en el descenso del
Espíritu y la voz divina que proclama a Jesús como el “Hijo amado” en quien Dios
se complace. Esto marca la unción de Jesús para la misión, una misión compartida
con nosotros a través del Espíritu. Como nos recuerda Pablo, el Espíritu ora
dentro de nosotros, incluso cuando no podemos encontrar las palabras para
hacerlo. A través del Espíritu, encontramos la presencia de Dios dentro y
alrededor de nosotros.
El Espíritu no solo nos capacita para la oración, sino que también nos envía a
la misión. Como Jesús, estamos llamados a sanar a los enfermos, alimentar a los
hambrientos, vestir a los desnudos y visitar a los encarcelados, todo en su
nombre. Estos actos pueden no aparecer en los titulares, pero reflejan el
Evangelio vivido en la vida diaria.
Para Lucas, la oración es central en la vida de Jesús. Antes de cada evento
importante (la elección de los discípulos, el anuncio de su pasión, la
transfiguración), Jesús ora. En los Hechos de los Apóstoles, Lucas muestra cómo
la oración fortalece a los discípulos con el Espíritu para servir a Dios en
medio de los desafíos. La oración integra la fe en la vida diaria,
sosteniéndonos en la esperanza y la misión mientras esperamos el regreso de
Jesús. ¿Está la oración en el centro de nuestra vida como discípulos?
A través del Bautismo, no solo estamos unidos a Jesús, sino también unidos a una
comunidad de fe y misión. Seguir a Jesús no es un esfuerzo individual sino un
viaje compartido de proclamación del Evangelio juntos.
Alguien me preguntó recientemente si sabía la fecha de mi Bautismo. No la sabía.
Sé mi fecha de nacimiento, pero el Bautismo no se celebraba con el mismo
entusiasmo. Al crecer, parecía un rito de iniciación, una forma de "unirse al
club" y comenzar el viaje al cielo. Pero el Bautismo es mucho más que una
formalidad.
En nuestro Bautismo, el mismo Espíritu que descendió sobre Jesús viene sobre
nosotros. Como dice una oración para bendecir las aguas bautismales: “Alabado
seas, Dios, Espíritu Santo, porque ungiste a Cristo en su bautismo en las aguas
del Jordán, para que todos fuéramos bautizados en ti”.
Esta oración nos recuerda que el bautismo nos encomienda anunciar la buena
noticia de Jesucristo al mundo. La voz del cielo identificó a Jesús como “Hijo”
y “Amado”, enviándolo a proclamar y encarnar el reino de Dios. A través del
bautismo, compartimos este llamado a la reconciliación y la misión, fortalecidos
por el mismo Espíritu.
Haga clic aquí
para obtener un enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/011225.cfm
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