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IV CUARESMA

3.19.2023

Samuel 16: 1b, 6-7, 10-13

Efesios 5: 8-14

Juan 9: 1-41


 

Abre Mis Ojos Señor

 

De todos los Evangelios del año litúrgico, el que más me parece una novela es que leemos hoy.  Claro que el tema sobresaliente es la curación del mendigo ciego, pero hay muchos dramas que se desarrollan durante el transcurso del relato.  Hay que tener en cuenta que el drama que encontramos habla también de nuestra ceguera y la posibilidad que Jesús nos da para ver con más claridad la verdad de su poder.

 

Encontramos con Jesús y sus discípulos en el camino un sábado.  Al pasar, ellos vieron a un ciego de nacimiento, mendigando para mantenerse.  Los discípulos hablan del mendigo como si no estuviera presente, preguntando a Jesús quien tiene la culpa por su ceguera.   Ni siguiera toman en cuenta el desprecio que le muestran al ciego.  Jesús, al contrario, niega la culpabilidad del hombre y lo toma bien en serio. 

 

Fíjense que el hombre no pidió un milagro de Jesús.  Ni abrió la boca.  Es Jesús que toma la iniciativa, haciendo lodo con la saliva, poniéndolo en los ojos del ciego y diciéndole que vaya a lavar en la piscina de Siloé.  Y cuando vuelve, viendo por primera vez en su vida, Jesús no se encuentra.  Pero el mundo del ciego ha cambiado completamente.  Ya no tiene la identidad de “ciego”.  Ya no es un mendigo.  Ya no depende de la limosna de los fieles.  Ya es hombre responsable de su vida.  Y el que pasó toda su vida sufriendo de cegera, ve la realidad, la verdad que los demás no ven, la presencia de Jesús como profeta y hombre de Dios. 

 

Es un relato dramático que usa el Evangelista Juan para enseñarnos que Jesús es la Luz del mundo y que es solamente con su luz que podemos ver.  El Evangelista nos muestra grupos de personas con la posibilidad de ver, como los fariseos, que se enfocan tanto en las detalles de la ley que pierden la presencia de Dios.  Usan la ley para justificar su ceguera y no reconocer la realidad de Dios presente.  Su auto-importancia les hace ciego a la verdad, a la bondad, y a la justicia.

 

 La invitación de la Cuaresma es vivir orientados por la luz de Cristo.  Con el bautismo, entramos en la realidad de esta luz;  somos capaces de reconocer la presencia de Dios en sus obras.  La tentación es enfocarnos en las detalles, como los fariseos, y perder de vista esta orientación de vida.   El mensaje del Evangelio es encontrar de nuevo la presencia de la bondad, la justicia, y la verdad.        

 

La Cuaresma nos da la oportunidad para reflexionar de qué manera vemos la realidad.  Siempre hay varias posibilidades para entender lo que pasa.  Por ejemplo, en la vida matrimonial, podemos enfocarnos en las debilidades de la pareja; o podemos enfocarnos en la fidelidad y la posibilidad de crecer.  En la vida diaria, podemos preocuparnos con lo que nos falta; o podemos preocuparnos con las bendiciones de la vida.  En la vida espiritual, podemos torturarnos con nuestra culpabilidad; o quiza nos podemos dejar llevar por el amor misericordioso de Dios.  En la vida parroquial, podemos dejarnos llevar por las diferencias entre los feligreses, o podemos vivir dentro del espíritu de unidad.  Es la luz de Dios que nos deja ver bien.

 

Hay tanto simbolismo en el Evangelio.  Y es  porque Dios toma la iniciativa de acercarse a nosotros.  Es Dios que limpia nuestros ojos, aunque en maneras que no son de nuestro agrado, como con el lodo.  Es Dios que nos invita a seguir a Jesús, aunque el camino nos traiga complicaciones.  Es Dios que se revela como Mesías en nuestra vida.  Nos toca abrir los ojos como el ciego y proclamar que Dios está presente.

 

Ya estamos al medio de la Cuaresma.  Pedimos a Dios que nos dé una visión nueva, para caminar en la luz de su amor, su perdón, y su misericordia.

 


"Sr. Kathleen Maire  OSF"  <KathleenEMaire@gmail.com>


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